La herida de la humillación se asocia con experiencias tempranas en donde la dignidad fue menoscabada, ya sean con violencia psicológica, física o emocional.
Existen muchas formas en que la dignidad de un niño puede verse afectada, desde una broma de parte de papá, donde los presentes rieron de buena gana, hasta una violación.
La herida se activa con situaciones de tensión o violencia ligadas a la higiene, el desarrollo físico, sexual o cognitivo, como por ej. comer mal; dejar los pañales; hacerse pipí en la cama; no aprenderse las tablas de multiplicar o los días de la semana.
La dignidad también se puede dañar con experiencias más dramáticas como el bullying en el entorno escolar o incluso con un abuso sexual, siendo este el más grave por los traumas que genera.
En todos los casos aparecen la VERGÜENZA y la CULPA como emociones predominantes. El niño se siente foco de transgresiones, muy culpable y no merecedor de respeto.
En este escenario el niño pierde la inocencia, aprende que los adultos no son confiables. Aprende que tiene que buscar otras formas para garantizar su resguardo y seguridad, entonces aparece un comportamiento egoico asociado con el menoscabo de su propia dignidad, el masoquismo.
El masoquista no se siente merecedor de respeto, su dignidad está tan dañada, que siente que ya nada pierde buscando situaciones sociales donde se expone a la degradación y al descuido de si mismo.
Buenos ejemplos de eso los encontramos en el cine. La imagen del “nerd” o “looser” tan recurrente en el cine ochentero adolescente da cuenta de esta realidad en los colegios, donde los chicos se juegan la vida por conquistar un espacio en el entramado social, buscando siempre la aceptación y validación del resto.
En la película “Bota a Mamá del tren” Dany de Vitto interpreta el rol de un hijo adulto-niño emocionalmente castrado que sostiene una relación de dependencia psicótica con su mamá, a quien odia, pero no puede dejar.
El caso del Guasón es más dramático, él se siente excluido del sistema y humillado en todos los planos por la sociedad en su conjunto. Eso despierta su odio, su emancipación y asume un rol grotesco antisistémico que ya no tiene nada que perder.
El gran desafío de esta herida es aprender a recuperar la dignidad perdida, aprender a amarse, a perdonarse y a cultivar el respeto de los demás y de si mismo. Como todas las heridas, es abordable con un acompañamiento de coaching.
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Rai Silva Coach Ontológico