En mi etapa escolar, cuando llegaba el recreo mis compañeros y yo salíamos eufóricos al patio sin perder un segundo. Disfrutábamos del tiempo asignado como si se nos fuera la vida en eso, la energía desplegada era explosiva y renovadora.
Hoy recuerdo con nostalgia aquellos años, pero también recuerdo que jamás mirábamos la hora. Esos breves minutos eran tan atesorados, que nadie se distraía calculándolos. Desde la inocencia nos entregábamos en cuerpo y alma a un eterno presente de ensueño que nos despertaba con el timbre. Nada había más allá de eso.
La lección que me deja la experiencia es que los niños no inician el recreo lamentando la estrechez del tiempo, ni se enfocan en los minutos que restan, sino que de manera natural viven desde el goce en conexión total con el momento, habitando la infinitud del tiempo presente.
Este ejemplo es muy elocuente de cómo se vive en la abundancia v/s la carencia.
Los adultos solemos hacerlo al revés, la carencia y las preocupaciones de lo que NO está aquí nos persiguen consumiendo absurdamente nuestra atención, y desenfocándonos de lo esencial que es el presente no recuperable.
Muchas veces vivimos descontando las horas del día, las horas de sueño, los días de vacaciones, los años “productivos”, etc, cayendo en la trampa mental de lamentar lo que no habrá, en vez de disfrutar de lo que sí hay.
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Rai Silva Coach Ontológico
#YaEsTiempoDeSanar