Hace un tiempo conducía por las calles de mi ciudad tempranísimo, cuando en una distracción menor con el semáforo en verde, el conductor de atrás se atornilló a la bocina para que yo partiera.
En otro contexto tal vez yo hubiera reaccionado de manera impulsiva, pero esta vez me quedé pensando en lo mal que debe estar una persona para que un retardo de pocos segundos lo altere de esa manera, a las 07 am de un día sábado. Me desprendí de esa energía que no me pertenecía y lo lamenté especialmente por él, porque era obvio que estaba muy lejos de su centro, totalmente desconectado de su estado de paz y quietud.
Cuánta gente habrá así en las grandes ciudades, que corre para llegar a ninguna parte, para sentirse que gana tiempo, corre para liberarse de quién sabe qué, y por qué. Me los imagino en estados de conciencia muy lamentables, reaccionando de manera poco feliz para sobrevivir el día a día en una lucha ficticia por la supervivencia, consumidos por el estrés urbano y las exigencias cotidianas.
Cómo será la tensión cuando las cosas no marchan bien en la oficina, o en el hogar cuando llegan cansados. Me los imagino en modo automático permanente, comiendo contra el tiempo, viendo la TV y el celular en simultáneo, sin procesar ni disfrutar nada. Y lo peor; eludiendo ese tiempo maravilloso para besar y jugar con los niños, para abrazar, sentir y conectar de verdad con sus parejas. Ni hablar de su vida sexual, mientras más rápido, mejor.
La vida tiene sus tiempos y hay que respetarlos, pongamos conciencia y honremos el momento presente, que es el regalo más grande que se nos ha dado.
Por una vida más sana, por una vida más feliz, me gusta lento.
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Raimundo Silva
Coach Ontológico Asersentido